miércoles, 18 de febrero de 2009

CAP 10: LOS EQUIPAMIENTOS RESIDUALES

.

.









No ha sido fácil dar con un nombre apropiado para este capítulo. De entre los dos que he estado barajando durante los dos años de redacción de esta guía, el primero de ellos, “los equipamientos basura” me parecía demasiado duro; y el segundo, “los equipamientos servicios” algo confuso, porque a lo que en realidad quería aludir con la palabra servicios es a la de “váteres”.
La “ciudad de calles y casas”, subtítulo de este primer volumen de la guía, marca una línea divisoria bastante clara con la ciudad suburbana y la ciudad por paquetes, título destinado al segundo volumen. Pero la continuidad de la trama de calles que se da en esta guía entre la arquitectura medieval, la arquitectura burguesa y la arquitectura de promoción, posee un corte o cesura interior en el cambio que se operó en la arquitectura de los equipamientos hacia el final de la dictadura franquista.
El desarrollo industrial y urbano que experimentó este país en general y Logroño en particular en la década de los sesenta, relanzó la promoción de viviendas y produjo un notable déficit de equipamientos. Los incipientes movimientos asociativos ciudadanos que ocupaban por entonces el espacio de los prohibidos partidos políticos, hicieron bandera de la reivindicación de más y mejores equipamientos para los barrios; a los urbanistas respondieron inventando los famosos “estándares urbanísticos”. Visto todo ello desde la perspectiva que ofrece ahora la ciudad, puede decirse sin riesgo a equivocarse que fue en esa década cuando los equipamientos dejaron de ser hitos urbanos para convertirse en un problema cuantificable. Pensando en los metros cuadrados construidos, a los autores de los equipamientos de finales del XX se les olvidó que por encima de su uso, los equipamientos son, sobre todo la arquitectura más significativa de la ciudad. Dejaron de estar de estar en las fachadas o en las plazas y ocuparon el lugar de los báteres, y de ahí los dos nombres despectivos con que los quería bautizar aquí para dejar claro este cambio trascendental en la forma de hacer ciudad.
El desinterés, desacierto o despiste de los arquitectos locales por la arquitectura de algunos de los primeros equipamientos de finales de los sesenta y principios de los setenta se agravó si cabe con los últimos estertores del estado centralista que concentró en Madrid la producción de escuelas y centros sanitarios.
Para relanzar o agilizar la producción de escuelas, el Ministerio de Educación y Ciencia creó en 1977 unos “proyectos tipo·” de Centros de EGB y BUP según las unidades de aulas (6, 8, 16 o 24), que los arquitectos funcionarios de provincias tenían tan solo que adaptar a los solares con un “proyecto complementario”. Es curioso que los nombres de los cuatro arquitectos que firmaron los proyectos tipos del MEC no figuren en ninguno de los documentos y carpetas de tales proyectos, y que tan sólo se sepa de su existencia por los garabatos ilegibles con que firmaron los planos. A los centros de EGB y BUP siguieron las unidades de preescolar adjuntas con el mismo esquema organizativo por lo que a la arquitectura se refiere.
La reforma sanitaria que puso en marcha los llamados Centros de Salud no operó de la misma manera, y los proyectos de ejecución que vinieron de Madrid fueron específicos para cada solar, pero el interés o preparación de los arquitectos allí designados quedan bien patentes con esas dos o tres insignes piezas de la arquitectura sanitaria logroñesa que pueden contemplarse en la calle San Millán (10 01), la calle Rodríguez Paterna (2.4 02) y la calle Gonzalo de Berceo (10 06).
Pudiera parecer que la postmodernidad que llegó en los ochenta por el influjo de Bofill, Graves, Johnson etc, iba a mejorar el problema con sus frontoncitos, simetrías y clasicismos vacuos recuperados, pero lejos de ello, contribuyó aún más si cabe, al ridículo urbano de los equipamientos públicos de bajo presupuesto y limitaciones de edificabilidad. Es así como cabe entender el centro de día del INSERSO (10 01), la Guardería Carrusel (10 03) o, sobre todo, el edificio de la CRUZ ROJA (10 06).
La comparación con cualquier equipamiento de comienzos de siglo es francamente ofensiva: la dignidad de las escuelitas de Fermín Alamo, la contundencia de instituciones como la Beneficencia, el Hospital Militar, el Instituto, la Escuela de Artes y Oficios etc, e incluso la pretenciosidad de algunos equipamientos franquistas como el Colegio Madrid Manila o la Escuela de Magisterio, dejan bien clara la diferencia entre ambas formas de hacer ciudad.
Caso aparte es el de las iglesias. Al carácter monumental de sus espacios interiores y portadas en el casco antiguo le sucedió una época incierta en la que su implantación en las parcelas de las avenidas y ensanches burgueses nunca fue del todo convincente. Tanto es así que unas cuantas han caído ya. Aún así, lo peor estaba por venir cuando la escasez de recursos y la modernidad arquitectónica empezaron a meterlas en plantas bajas como si fueran almacenes de ultramarinos. No cabe aquí un análisis más detallado del caso, pero si tengo oportunidad me gustaría volver en los futuros LHDs al tema de las “Casas de Dios” que ya inicié en LR 10jn06, y al que el arquitecto y sacerdote Gerardo Cuadra contestó en LR 4nov00.
Para concluir el patético panorama de los equipamientos urbanos de la ciudad de finales del siglo XX no estará de menos dejar la advertencia de esos otros dos o tres grandes peligros que ya se ciernen sobre ellos: el de las estrellas de arquitectura, los concursos influidos por ellas y los aspirantes provincianos al estrellato. Y es que la peor forma que cabe imaginar para sacar a los equipamientos de los espacios residuales a que los condenaron los famosos estándares urbanísticos y el hundimiento de la arquitectura moderna es convertirlos en fuegos de artificio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario