miércoles, 20 de mayo de 2009

INTRODUCCION

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Encargo

Este libro nació de un concurso convocado en el año 2004 por el Colegio Oficial de Arquitectos de La Rioja (COAR) para hacer una "Guía de Arquitectura de Logroño". Como nadie parecía querer presentarse a dicho concurso en las condiciones en que se ofrecía, me animé a presentar una propuesta alternativa que incluía un cambio radical de orientación. La Guía de Arquitectura de Logroño del Colegio pretendía ser, como lo fue la editada en 1980, una selección actualizada de los "mejores" edificios de esta ciudad. Según la proposición del COAR, el autor elaboraría una lista para que la Junta de Gobierno diera su aprobación o, si lo estimase conveniente, la corrigiera según sus criterios. La selección de la Guía de 1980 así realizada siempre me pareció un homenaje provinciano a los arquitectos venidos de fuera, una especie de reparto de premios para los amigos y un ninguneo escandaloso para ciertas arquitecturas políticamente mal vistas (casi toda la buena arquitectura del largo periodo franquista) y para algún arquitecto ajeno a la Junta ocasional que la editó y al equipo que la redactó.

Arquitectura.

Según una forma generalizada de ver la arquitectura entre los colegas arquitectos y la opinión pública que yo denomino “teísmo hipócrita”, usando la palabra teismo no como dice el diccionario, “creencia en la existencia de Dios o de dioses”, sino como “condición o debilidad humana por inventar dioses y santos”, el ejercicio profesional de la arquitectura y sus resultados se divide en dos grandes campos: 1) la arquitectura, y 2) la mera construcción; es decir, la construcción con "pretensiones" digamos que, artísticas, por un lado; y la construcción como servicio a un cliente con meras pretensiones funcionales y administrativas, por otro.
Hacer esa separación o tener esa doble moral, significa rechazar la gran definición de William Morris en los comienzos de la modernidad, según la cual, toda alteración de la corteza terrestre debe ser considerada arquitectura; entre otras cosas porque cualquier modificación de un lugar es un acto que implica una gran responsabilidad moral. Invertar a los dioses y alabarlos por un lado, y explotar a los hombres y a la tierra por el otro -digo-, es un teísmo hipócrita al que hay que poner fin echando mano, incluso, de aquel dicho de la mística de Avila según el cual Dios también está entre los pucheros, o mismamente, haciendo una guía en la que, a pesar de aceptar que pueda haber lugares ricos y lugares pobres, se proponga siempre, o cuando menos no se ignore, que todos los lugares son sagrados. Y toda edificación, arquitectura.

Responsabilidad moral

Según esa manera de ver las cosas, en toda edificación -en toda arquitectura, por tanto-, no sólo hay una responsabilidad legal sino también una responsabilidad moral. Una responsabilidad que según el modelo teísta recae en el arquitecto como supremo hacedor, pero que en la realidad más cotidiana se reparte y diluye en una cadena de agentes que va desde la administración que la regula con sus planes y ordenanzas -y dentro de la administración, de los políticos de turno a sus funcionarios más o menos permanentes-, los promotores que encargan el proyecto, los propios colaboradores del arquitecto, los constructores que levantan el edificio, los aparejadores que controlan su ejecución y hasta los usuarios que los compran y los adaptan con su uso y sus modificaciones.
Aceptando el sentido de responsabilidad que se deriva del sistema ilustrado de las profesiones liberales, de esa cadena de responsables he reseñado preferentemente al arquitecto de cada edificio, y en segundo lugar a su promotor, si bien, como se irá viendo, el nombre de éstos últimos empezó a desaparecer más o menos hacia la década de los sesenta, ocultándose en las sociedades anónimas que ellos mismos fueron creando. Debe entenderse, sin embargo, que la responsabilidad del derribo precedente (cuando lo haya), de la factura de cada edificio o de su estado actual no debe atribuírseles en exclusiva a arquitectos y promotores.
Ya siento no haber podido incluir en cada edificio a la tercera figura capital de su materialización, la del constructor, pero esa es una historia gremial, empresarial o económica para la que no me veo en absoluto capacitado, amén de que no sabría donde buscar datos. Y es curioso, porque en las últimas décadas la prensa local ha concedido por lo general más importancia a las anónimas constructoras que a los arquitectos, especialmente cuando de se trataba de obra pública. Lo que sí puede decirse en descarga de los arquitectos es que, mientras que en la arquitectura burguesa la construcción y la promoción tienen como interlocutor a un arquitecto, en la arquitectura comercial las promotoras no pocas veces se han desdoblado en empresas constructoras (o viceversa) convirtiendo el triángulo de protagonistas en un dúo desigual.

Almacén de datos, libro o guía

Al proponerme investigar y ofrecer los datos básicos de cada edificio de Logroño -localización, edificio anterior (si lo hubiera), fecha de construcción, función del edificio, arquitecto, promotor, vicisitudes, documentación, publicaciones existentes sobre el mismo, y algún pequeño comentario propio si acaso-, el trabajo fue oscilando entre ser un enorme almacén de datos, o un recorrido personal por todos ellos. Compaginar ambas cosas y ofrecer un material bien organizado y maquetado para uso de quien quiera conocer Logroño a fondo es una tarea imposible, o más bien, abierta y azarosa. En definitiva, este libro no tiene ni el rigor de un buen archivo de datos ni la frescura de un libro de autor; pero por lo menos puede ser una buena "guía", tal y como había sido propuesta inicialmente, pues su objetivo fundamental no es otro que acercar al lector a las calles para contemplar, comparar y analizar todo tipo de edificios que configuran esta ciudad.

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